viernes, 25 de julio de 2008

Francisco Martinez de la Rosa


Político y escritor español (Granada, 1787 - Madrid, 1862). Este catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Granada (1808) se sumó a las filas de los revolucionarios liberales durante la Guerra de la Independencia (1808-14) y fue diputado en las Cortes de Cádiz que aprobaron la Constitución de 1812. Por ello, fue encarcelado tras el regreso de Fernando VII y el restablecimiento del absolutismo.
Recuperó la libertad durante el Trienio Liberal (1820-23), en el cual asumió el liderazgo de la rama más moderada de los liberales (los «doceañistas») frente a la mayoría de «exaltados», e incluso encabezó el gobierno como ministro de Estado en 1822.
Una nueva reacción absolutista durante la «Ominosa Década» (1823-33), que le obligó a exiliarse en Francia, acabó de conducirle a una postura ideológica ecléctica, inspirada en el liberalismo doctrinario de Guizot: en lo sucesivo defendería un liberalismo muy moderado que sirviera para una transacción con la monarquía y con los partidarios del absolutismo. Fue esa postura centrista la que llevó a la regente María Cristina a llamarle para formar gobierno en 1834-35.
En aquel periodo crucial, Martínez de la Rosa puso en pie un régimen de monarquía limitada con el primer Parlamento bicameral de la historia de España, reflejado en el Estatuto Real (1834). Buscando el apoyo de la opinión liberal a la causa de Isabel II contra las pretensiones al Trono de don Carlos, Martínez de la Rosa decretó la amnistía para los liberales encarcelados durante el periodo absolutista; pero, siempre en posiciones centristas, intentó también humanizar la guerra declarada contra los carlistas.



El Reclamo


Cesa un instante siquiera,Cesa, avecilla, en el canto,
Y no atraigas a los tuyos Con tu pérfido reclamo:
El mismo dueño a quien sirves,Te arrancó del nido amado,
Te robó la libertad,Te desterró de los campos;
Y por complacerle ahora,De tanta crueldad en pago
A tu esposo y a tus hijosTú misma tiendes el lazo.
La voz del amor empleas,Brindas con dulces halagos,
Cuando la tierra y el cielo A amar están convidando;
Pero entre tanto escondida
La muerte acecha a tu lado,
Pronta a salpicar con sangre
Las bellas flores del prado
¡Ay! deja al hombre cruelValerse de esos engaños;
Llamar con voz alevosa y vender a sus hermanos.

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